jueves, 18 de junio de 2009

El día que casi mato a alguien... por accidente

Este fin de semana pasado descubrí la diferencia entre hiking y climbing.

Encontré en internet un grupo de personas interesadas en el montañismo que viven en Seúl. Este sábado habían quedado para ir a una montaña cerca de IangYu a unos 30 Km de la frontera con Corea del Norte.

Me llevó 50 minutos llegar a la estación de metro en la que habíamos quedado. Mientras llegaba todo el mundo me dió tiempo de hablar con otros miembros.

La mayoría eran de Canadá, muchos de EEUU, otro tanto de coreanos pero casi ningún europeo. Algunos eran la primera vez que venían y no sabían lo que les esperaba. Otros parecían haber desarrollado ventosas en los piés...

Para llegar a la montaña tuvimos que tomar un autobús que tardó unos 20 minutos. Durante ese tiempo una coreana budista de 30 años que sabía inglés intentó enseñarme un poco de coreano. Ella estaba muy motivada pero mis 4 días de clases no eran suficientes para absorver todo lo que me quería transmitir.

Al llegar al pie de la montaña estuvimos haciendo senderimos durante 1 hora aproximadamente. Hicimos una pequeña pausa para esperar a los rezagados pero nada más.

Yo no hablaba mucho. Por una parte para conservar energía pero también porque hablar inglés con gente que aún no conozco a la vez que hago un esfuerzo importante me resultaba un poco complicado.

Me iba dando cuenta de el recorrido se hacía cada vez más escarpado y pedregoso. Comenzamos a subir escaleras naturales escavadas en la piedra. Entonces llegó la primera roca.

No había posiblidad de seguir otro camino, y si lo había nuestro guía (un miembro del grupo) había decidido que ese era el camino que más le gustaba. La decisión estaba tomada y no había forma de echarse atrás.

La roca tendría unos 50 metros cuadrados de superficie, una inclinación del 45% y 10 metros hasta la copa del árbol más cercano. En ese momento se te pasa por la cabeza volver atrás. Pero no puedes. No conoces el camino. Así que sigues adelante con la esperanza de que ese sea el último obstáculo y que luego todo sea un terreno sencillo.

Así fue... por un tiempo. La siguiente roca era vertical y tenía una cuerda atada a un arbusto que había consegido crecer en lo alto. En adelante cada vez que viera una cuerda sería señal de peligro. Pero en ese momento aún creía que era una ayuda.

Aunque el arbusto, contra todo pronóstico, resistía los tirónes que le dábamos a la cuerda, la clave estaba en colocar los pies y las manos en los puntos clave de la roca que te permitieran engancharte a ella. Parecíamos lagartijas pegados a aquel muro.

Ese es el momento en el que te das cuenta de dos cosas. La primera, que no has ido allí a hacer senderismo, sino escalada libre. La segunda, que aunque pensaras que no podrías hacerlo... puedes y lo haces.

El siguiente obstáculo había que sortearlo con una cuerda... Había que cruzar el cauce de un riachuelo soltando la cuerda estando en el aire sobre la otra orilla. Si caes te tuerces un pie contra las rocas del fondo, seguro.

En el último momento en lugar de saltar, volví a la posición previa y la cuerda giró. Me choqué contra otra persona que estaba esperando su turno para pasar que a su vez empujó a alguien que estaba al borde de la piedra... estuve a punto de matar a una persona por accidente. Nadie sobrevive a una caída de 20 metros sobre las rocas.

Esto me impactó más que cualquier otra cosa en la expedición.

El miedo que tenía por hacerme daño había puesto en peligro la vida de otra persona. A partir de ese momento simplemente seguí hacia adelante. No tenía sentido preocuparse por lo que me podría pasar a mi. Si tenía que ocurrir ocurriría. Tener miedo sólo aumenta las probabilidades de que ocurra lo que se teme.

Preparar bien el salto es una buena idea. Darlo con indecisión es estúpido.

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